El artículo de Laura Lewin me hizo sentir muy identificada. Muchas veces, como docente, tengo la sensación de que la educación va a la deriva, como si no hubiese un rumbo claro. Los programas cambian, las políticas educativas también, se agregan exigencias y en medio de todo eso, a veces se pierde lo esencial: lo que realmente necesitan los estudiantes. No hay que cambiar todo el sistema sino un cambio de paradigma en el aula y pasar de un aula centrada en el docente, a un aula centrada en el alumno.
La pandemia me confirmó esa idea. Nos agarró sin estar preparados y nos mostró todas las debilidades del sistema. Pero también nos empujó a reinventarnos. Tuve que aprender a usar herramientas digitales de un día para el otro y, más que nada, tuve que poner el foco en lo humano. Mis alumnos no buscaban solamente que les explicara un tema, también necesitaban ser escuchados, sentirse acompañados, saber que no estaban solos.
Cuando Lewin habla de la necesidad de una revolución en la educación, pienso que se trata de algo muy simple y a la vez muy profundo: enseñar a pensar, no a repetir. Esto quiere decir, darles a los estudiantes herramientas para cuestionar, analizar y tomar sus propias decisiones, en lugar de decirles qué tienen que creer o cómo deben actuar. La escuela debería ser un espacio donde se forme criterio, no donde se transmitan verdades absolutas. Enseñar a pensar es apostar por la libertad, la creatividad y la autonomía de cada alumno.
Además, Laura Lewin habla del “timón” ¿pienso en cuál es el mío? Y la verdad es que lo que me guía es mi compromiso con mis estudiantes. Trato de que cada clase sea un espacio donde ellos puedan crecer, equivocarse, animarse a pensar por sí mismos.
Enseñar a pensar es apostar por la libertad, la creatividad y la autonomía de cada alumno.